lunes, 25 de noviembre de 2013

En cada una de las bellas arrugas que formaban su rostro, se mecía suavemente un recuerdo. Se tambaleaba, ya que los recuerdos vienen y van, y no paran de atropellarse cual autocares en un semáforo, a punto de lucir el color rojo.

Era digna de ver, tanta vida vivida y tanta vida por vivir. ¡Valga la redundancia!

La sensación de empezar un libro nuevo, o simplemente, de releerlo. Terminar una fragancia con esencia a rosas, o tan sólo, el atardecer de un cálido día de verano que poco a poco va consumiéndose hasta quedarse sin gas, como piedras de mechero.

Tantos momentos los habidos, y tan pocos los que conservamos en la retina. ¡Vuelve, querido pasado, me gustaría susurrarte al oído que no quisiera dejarte ir nunca más!