He de confesar que tengo miedo, ¿a qué? al miedo. Tengo miedo a temer, a dejar cosas sin hacer, a no verme crecer... Miedo a lo desconocido, a no saber si ir hacia la izquierda o hacia la derecha, a tomar el camino correcto o aventurarme por el camino oscuro. Miedo a ti, a los vicios inconfesables, al olor de una colonia, al susurrar de unos labios...
Miedo, adorable, pero miedo.
Comprendí que las normas están para algo, ¿pero para qué?, ¿para cumplirlas o para saltárnoslas? Hay que aclarar ese punto, todavía no se leer entre líneas. No se nada, sin embargo, lo se todo.
Y al final, ¿qué te queda? Te quedan los recuerdos, nada más. Claros, concisos, a veces algo turbios, la edad no perdona, implacables. Esos no se borran con una simple goma, o complicándolo, con un tippex.
Ellos, los recuerdos a los que te aferras, permanecen alojados en la suite de lujo de tu alma, por siempre, no necesitan permisos, ellos saben lo que hacen...
Siento la tardanza de la respuesta, hace unos días que ando incomunicada... me alegro de que te guste, por lo menos algo estoy haciendo bien :) Un beso y ahora mismo me paso por el tuyo y comento en alguna entrada, besos :)
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